Timbó al Tartagal

Del Timbó al Tartagal Leopoldo Arnaud, Bs. As., 1884 

Algunos apuntes y capítulos de introducción al libro y aclaraciones del autor 


Leopoldo Arnaud llega a Argentina tras hacer escala en Cuba. Apenas quince días antes de la fecha en que tenía prevista el inicio la expedición. Lo hizo por intermediación del Coronel D. Manuel Olascoaga, a la sazón Jefe del Departamento de Ingenieros Militares. Era julio de 1884 y fue presentado ante el Excmo. Sr. Ministro de Guerra y Marina Gral. Dr. Benjamín Victorica quien proyectaba la expedición militar a los ignorados territorios del Gran Chaco a fin de reducir las tribus que poblaban el inmenso desierto.
 
    A la vez se quería establecer una línea de fortines que sirviesen garantía y custodia para la seguridad del ciudadano, así como habilitar la extensión para la ganadería y la agricultura.
   Paralelamente a la militar, una comisión científica estudiaría el terreno con la obligación de redactar un informe que recogiese la riqueza topográfica, hidrográfica, geológica, así como detallase la flora y fauna que se encontrase.
               
   Arnaud era el designado para encabezar tal comisión científica. Antes de cualquier otra cuestión, lo primero que hizo, antes incluso del primer día de viaje fue tomar cuantas medidas creyó posibles a fin de extremar la seguridad, ya que era  conocedor de que las tribus Tobas habían aniquilado a la expedición anterior del Dr. Crevaux y que él debería de recorrer las mismas tierras, aunque en sentido inverso.
 
   Se trataba, en definitiva, de atravesar el Chaco en su totalidad desde el Timbó al Tartagal. Un viaje que, lejos de ser fácil, calculaban durase diecisiete meses.
 
    Arnaud escribe de este viaje dos libros. Uno, sobre el que se centra este resumen y otro, más completo,  más extenso, en que en un volumen de 1.600 cuartillas desgrana la parte meramente científica y de análisis que comprende la mayor parte del informe que entregaría al Gobierno.
 
                                El libro en sí. Mis entre líneas.
 
    A bordo de la cañonera “Maipú” parte la expedición del puerto de Buenos Aires el primer día de octubre de 1884. La primera parada fue en Rosario, donde aprovechan para comprar escopetas y enseres varios que, indudablemente, le serían necesarios en adelante. Tras pasar Paraná surge el primer incidente cuando tienen que izar a bordo a un fogonero de la tripulación que se había arrojado tras una discusión con el primer maquinista y que forcejeaba con la corriente.
 
    Sin más sobresaltos siguen la navegación varios días hasta alcanzar la confluencia de las provincias de Entre Ríos y Corrientes. Y de allí hasta desembarcar en Bellavista el nueve de octubre en Bellavista, habiendo dejado atrás la ciudad de Goya. Allí, en Bellavista, por invitación del juez municipal, acuden a un improvisado baile y tras dormir en el propio barco, continúan el viaje hacia Corrientes, donde, por fin, desembarcan y pasan el día entre actos de bienvenida. Casi al tiempo, cambian de barco y al anochecer, ya a bordo del “Rosetti” continúan la travesía con destino al campamento del Timbó en un barco mucho más incómodo que el anterior y en un viaje que les llevo seis horas.
 
    Llegados al Chaco distanciados de todo lo conocido, la naturaleza era espectacular. Fue el momento de elegir un lugar para establecer el campamento e inspeccionar los alrededores. Bosques primitivos, infranqueables hasta para el uso del hacha, selvas vírgenes… En las primeras salidas, entre tanto esperan la llegada de otros miembros de la comisión, Arnaud ya advierte la existencia de serpientes de cascabel por la zona.
 
    Además del propio Arnaud, componían la expedición científica el ingeniero Donegani, el zoólogo Rodríguez Lubary, el botánico Alejandro Edelmann, el geólogo Ortiz y el agrónomo Hawer, además de un cuerpo militar que les servía de  escolta. A los que había que añadir el resto de la expedición militar encargada de desarrollar la línea telegráfica, además del Ministro y su equipo que hasta aquel momento permanecían a bordo del “Maipú”.
 
    Con el campamento instalado en el Timbó, alguien izó la bandera argentina y se renombró el lugar como Puerto Bermejo, al mismo tiempo que los ingenieros tomaban mil anotaciones con las que, posteriormente, trazar como debía proyectarse para la ciudad. Timbó o ya Puerto Bermejo eran 37º C al sol, descenso brusco de temperatura a la noche, y una alta probabilidad de sufrir tormentas o lluvias constantes.
 
    El día 13 llegó el «Rosetti» con 400 caballos y mulas destinadas a la expedición y al siguiente, llegó la noticia de que se reclamaba para una acción a los ingenieros militares, haciéndose preciso contar con algunos hombres más, lo que reducía el número de hombres que quedaban en el campamento. A la expedición de Arnaud le quedaban, hasta nuevo aviso, los seis de la comisión, un sargento con 24 hombres y cuatro mulas de carga; y con ellos iba continuando su travesía.
 
    El desierto era imponente, tanto que infundía verdadero pavor. En el silencio de la inmensidad, de vez en cuando se escuchaba algún loro o el sonido característico de alguna serpiente de cascabel; el aullido de algún tigre o puma. A ellos había que sumarse las inclemencias naturales, el hambre, la sed, los rigores del clima, la intemperie…
 
    Los descansos se cuadraban según el cansancio de los caballos o las mulas de carga y se hacía noche según obligase la luz, el cansancio o el clima. En el primer lugar elegido, Arnaud cuenta tener el primer contacto con un Toba. Era un indio –que él adjetiva como domesticado- y que era obrero del rancho donde pernoctarían. Color oscuro, pelo negro, sedoso, largo. Ojos un poco oblicuos, alto, flaco, de mirada esquiva.
 
    La primera noche fue un claro aviso de las incomodadas que le aguardaban. Sufrieron las picaduras de enjambres de garrapatas que se hendían por sus cuerpos cansados provocándole un escozor y un prurito importante, haciéndole imposible el descanso.
 
    Los días siguientes fueron de sed, de marchas exhaustivas y del infortunio que sufren al escapársele de noche los caballos y que les obligaría a completar un último tramo a pie hasta volverse a encontrarse con los caballos que corrían perseguidos por los soldados que salieran en su busca. El incidente se salda con la perdida de ocho caballos.
 
   Esa circunstancia implica dejar ocho hombres para buscarlos con calma, al tiempo que el resto de la expedición continúa la marcha hasta Puerto Victoria, lugar donde tenían previsto acampar en espera de la columna, a la que calculaban un par de días de tardanza para reunirse con ellos.
 
   En el campamento de esa noche reciben la noticia de que fuera posible recuperar cinco de los ocho caballos. Luego se dispusieron a dormir al raso ya que los palos de las carpas se habían quedado en el Timbó. Por la mañana tocaría ir al monte a cortar estacas para tener maderos para las siguientes noches.
 
    El tercer capítulo empieza con una anécdota tal que “[…] ese día de espera, fue abundante en aventuras desagradables. La corriente del río Bermejo {…} bajaba lamiendo el campamento y yo, sucio y lleno de polvo, no pude resistirme bañarme. Me decidí á atravesar el bosque, había huellas de tigres, numerosas y, al parecer recientes. Podía conjeturarse que debía andar por los alrededores una manada de doce, quince cuando menos. Pero, confiando en mi experiencia y mi audacia de antiguo viajero y en el poder de mis armas que consistan en un buen rifle Winchester de repetición de catorce tiros y un buen cuchillo Rogers en el caso, bien difícil por cierto, de que errase todos mis tiros, lo hice. Me seducen las aventuras extraordinarias y hubiera considerado indigno de mi carácter retroceder ante los rastros de las fieras […]
 
    Y se bañó.
 O lo intentó, porque nada más meterse al río, hunde medio cuerpo en el fango blando y pegajoso, sin poder moverse, en un lugar dónde era imposible oír los gritos de auxilio, con el pensamiento fijo en los tigres. Pasó de ese modo más de una hora hasta que vio a un soldado que se acercó a llenar un balde de agua y le gritó. Quince minutos le llevó al soldado sacarlo del agua y finalmente tuvo que conformarse con bañarse vertiéndose agua del balde. Ya vestido, regresó al campamento jurando no volver a bañarse en el Bermejo y examinar cautelosamente cualquier sitio en el que decidiese lavarse.
 
    No iba a mejorar el día para Arnaud. Cuenta que la tarde no quiso desmerecer la mañana. Estaba despejada, clara; de cielo diáfano. Sin alteración en los barómetros, ni nubes armonizadoras, ni se veía el vuelo de las aves agoreras de la tempestad. Así, sin anticipar cambios, se acostaron al descanso, hasta que les despertó el diluvio más recio, duro y eterno que habían visto en sus vidas. Una cascada extraordinaria de agua les cubría mientras que la luz de los incesantes relámpagos parecía querer devolverles al día. Literalmente –cuenta Arnaud en el libro- podían nadar en sus catres.
 
    Afortunadamente, al amanecer, aunque el campamento tenía un aspecto lastimoso, ciertamente era ya otro día. Dos días después y ante la escasez de comida y la tardanza de la columna, Arnaud va a un fortín intermedio para comprobar si la comida la hubiesen dejado allí  y, en efecto, así fuera. Cargó el caballo y volvió al campamento a esperar la entrada de la columna con la promesa de nuevas provisiones; que, finalmente, llegarían el día veinte.
 
     La labor de los ingenieros era harto complicada. Debían abrir camino. En las planicies, su labor era sencilla; casi reducida a cortar gramíneas y mimosas; pero en el monte, cercano a parecer un bosque virgen,  poblado de árboles seculares que se intricaban y enmarañaban, sí que su labor era ardua y difícil, tanto que ni en un día de trabajo de treinta obreros, se conseguía avanzar ni cincuenta metros.
 
    Además, avanzar significaba tener a los Tobas más cerca o, al menos a sus espías. Eso obligaba a extremar ciertos cuidados: dormir vestidos y calzados, con el rifle cerca y cargado…
 
    El día 22 abandonan Puerto Victoria las dos comisiones, la científica y la de ingenieros ya, de nuevo, unidas. A saber, de la primera, Arnaud al mando, de la segunda, el Teniente Coronel D. Francisco Host y sus dos ayudantes señores Timm y Cataneo, el ingeniero señor Donegani, los coleccionistas señores Rodríguez Lubary, Ortiz, Edelmann, el capitán señor Lavari, el cuerpo médico del Dr. Costa, dos sargentos, dos cabos y 20 hombres. Un carro, 10 mulas cargadas y 26 bueyes incluyendo los que tiraban del carro. El carrero era un indio manso y el guía un toba viejo, conocedor del país hasta en su último rincón, más un tercer indio que sí conocía el cristiano, -como llamaban los propios indios a cualquier idioma que no fuese es suyo-.
 
    Cabalgaban entre fortín y fortín, bordearon la isla Ñacurutú, siempre tratando de costear el río Bermejo. Pasaron cuatro fortines, que se construyen de tres en tres leguas, según se conquistara terreno a los indios y se disponían para el cultivo y demás fines agrícolas, además de campamentos militares. Salvando algunas incomodidades, iban avanzando en su camino aún cuando tocase transitar monte o selva virgen enmarañada.  En esos tramos era necesario abrirse camino a golpe de machete, algo realmente trabajoso y que resultaba cansado. Todo sin olvidarse de atender al sonido de la cascabel que entre tanta vegetación era imposible de anticipar sus escondrijos.
 
    En este punto, el libro explica con detalle, la caza de los indios y que, reproduzco tal como está escrito:
Los indios cuando escasean de provisiones de boca, suelen hacer una operación que consiste en situar la tribu armada con lanzas y flechas en un lugar favorable al viento e incendiar una extensión de monte a gran distancia y en dirección contraria, de modo que el viento agite la llama hacia ellos, y con las llamas, vienen en precipitada fuga ratas, iguanas, conejos y demás alimañas, que ellos recogen entusiasmados, aunque suele ocurrir que venga caza mayor y más peligrosa”.
 
    Por suerte la cena de Arnaud de ese día consistía en un yacaré cazado en el río y no en alimañas.
 
     El día 27, durante una incursión para estudiar el monte cerca de dejar atrás el cuarto fortín, Arnaud se adentra en la espesura teniendo que abatir un animal que se movía entre las hojas, sin saber verdaderamente qué animal era, resultando ser un aguará. Ante la imposibilidad de trasladarlo entero a través de los obstáculos naturales, hubo que segmentarlo y limpiarlo en el mismo sitio. Lo hizo con premura ya que perderse o quedarse atrás entre la espesura podía significar la muerte por innumerables causas.
    Completa la historia del día con que no era un aguará, sino dos los que habían, con lo que al abatir él uno, el otro emprendió la huida haciendo que los soldados, a su vez, lo persiguiesen. Lo que despistó y separó a Arnaud del resto de la comitiva.
   Reunidos y juntando las historias caen en que unos aún oyendo las salvas de disparos de Arnaud al verse perdido y anocheciendo no lo encontraron ni habiendo dedicado más de una hora a su búsqueda, regresando al campamento; por su parte Arnaud contó que le costó tremendo trabajo alcanzar la llanura, y que, cuando la alcanzó, lo primero que vio fue una avestruz a la que disparó, y con el nido vacío, cogía dos de los ocho huevos que halló, que los asó, los comió y que aún tiempo después consiguió llegar al río y situarse para volver al campamento.
 
    Los días se volvían iguales. Al toque de diana: cargar, ensillar y marchar. Cada vez más cerca, eso sí, de lo desconocido. Pasado el cuarto fortín no tardaron en encontrarse las primeras tolderías abandonadas. Llamaban tolderías a las construcciones con algunos palos de madera flexible que se entrelazaban con plantas textiles, y que recubiertos con películas de árboles o paja seca se erguían cerca de ríos. Medían, generalmente, de uno a dos metros de altura y tres de superficie cuadrada. Formaba la toldería esa sucesión de toldos de árboles unidos entre sí; usualmente bajo el mando de un cacique.
 
    Significaba aquello que empezaban a acercarse al territorio de Tobas y Orejudos, de los que decían que colgaban ramas en sus orejas hasta que estas alcanzaban media cuarta. Continuando la marcha, atraviesan tolderías abandonadas, las unas completamente, las otras con algunas vasijas u  otros enseres inútiles. En algunas de estas abandonadas, se sirven para pernoctar, ahorrándose instalar sus carpas.
 
      Treinta y un días ya y entre sucesos puntuales de caballos que se extraviaban y algunos otros menores, la expedición llegaba al Río Teuco con ese fenómeno extraño que producía la línea que divide el agua salada del Teuco con la dulce del Bermejo; siendo, esencialmente, el mismo agua. En ese punto la expedición se encontró con la del Coronel Fotheringharn que recientemente había perdido un soldado en una escaramuza con los indios de Kaloshí.
 
    Arnaud narra este incidente de la siguiente manera: […] Quedaron dos soldados un poco separados y fueron atacados por Kaloshí y su gente, matando a un soldado e hiriendo al segundo. Después la tropilla de indios se dispuso a huir cuando se apercibió de que la fuerza se les aproximaban, menos Kaloshí, esa especie de fiera que con una lanza de fuerte madera de guayacán como de 3 metros de longitud y punta de acero de cuarenta centímetros, levantó al primer soldado del caballo, atravesándolo de lado a lado, y acometió al segundo a pie, a quien después de lanceado lo dejó por muerto. Cuando la fuerza se dirigía a él, en medio de una lluvia de balas, recogió dos lanzas, varias flechas, un rémington de uno de los soldados, la cartuchera del muerto, todo esto llevado a efecto con la rapidez del pensamiento. Se dirigió a su caballo, montó y cuando el animal cayó muerto a consecuencia de los balazos recibidos, aún tuvo valor de dificultar su captura […]
 
    Y continua, […] Tenía una mano atravesada y su brazo empezaba a volverse morado, aumentando visiblemente de volumen, sin verle hacer ni el más ligero gesto de ninguna queja de dolor. Tranquilo. Cuando lo amarraban, sacudía con los brazos a los soldados que le sujetaban, echándolos a más de un metro de distancia; los levantaba en peso como pudiera uno hacerlo con un recién nacido. Aún, horas después, cuando comprendía que se le acababan las horas, amenazó al Coronel: “no crean que matándome quedarán tranquilos, mi tribu está en el monte, y sabrá cumplir mis instrucciones y si ellos fracasan, más adelante está Cambá y 600 lanzas…”
 
  Obviamente no le dejaron sobrevivir, por más que lo les impresionara su actitud, su entereza y reconociesen su heroicidad.
 
    Su lanza le había sido entregada al Ministro y usada como mástil para ondear en ella la bandera argentina.
 
    Los siguientes días fueron tranquilos. Avanzaban hacia Salta y Jujuy y aunque la finalidad en sí, no era matar a los indios, sino librar al comercio de la civilización las tierras que estos ocupaban y reducir a sus moradores a la vida regular de trabajo e industria, alguna excepción sí existió.
 
    La tranquilidad que vive la expedición sirve para atender con más profusión el estudio de árboles y flora, como el Palo con el que los indios hacían canoas y tambores; además, hasta esos días, el sentido continúo de la marcha incesante era casi exclusivamente militar. En ese punto, además de las notas para los informes científicos periódicos que cursaba, cifraba su colección en 800 insectos, 500 arácnidos y 25 réptiles, de la que se vio obligado a restar la colección de mamíferos y aves que, con las lluvias, había perdido por descomposición de las muestras, salvando solo 17 aves. Tenía, además, 816 plantas prensadas.
 
    Cuenta que en uno de esos días tranquilos de pausa, al anochecer, un grupo de más de mil indios, unos 700 con lanzas, se presentaron en el campamento dispuestos a hablar. Tras la confusión inicial, le plantearon que su cacique deseaba pactar un tratado de paz, sometiéndose a las leyes del Gobierno a cambio de vivir tranquilo en su territorio. Pedían diez días de plazo para reunir a sus familias.  Se transmitió la propuesta y  en cuanto se tuvo la aceptación, se le comunicó al jefe indio.
 
    En las cercanías del cauce seco se han visto algunos huesos humanos, cráneos, pelvis, omoplatos… en desigual estado. El terreno presentaba vestigios de haber sido preparado y apisonado, lo que indicaba que en algún momento, había tenido función de cementerio. Los doctores aprovecharon para coger muestras para, quizá, un estudio comparativo de razas.
 
     Disponían de un tiempo antes de que se volviese a unir la columna militar y poder progresar, así que se dedicaban a la contemplación y recogida de muestras. Tenían muy estudiada y muy presente el pliego de instrucciones a la que debía someterse la comisión científica era claro. Acompañaría a la expedición militar del Excmo. Ministro de la Guerra y Marina y estudiaría el país en los lugares que recorra, bajo los conceptos siguientes:
           
    Determinar la calidad de sus terrenos, bajo el punto de vista geológico y mineralógico tanto en el sentido científico corno en el de aplicación industrial inmediata, dando a conocer los pastos más o menos convenientes y la agricultura más ventajosa en cada caso. Juzgar la utilidad y beneficios de la industria y, cuál sería la más ventajosa, según ubicación y terreno. Hacer un estudio paleontológico si se diesen las circunstancias favorables para ello, conservando los fósiles encontrados para su posterior análisis. Hacer un estudio de fauna y flora, tratando de reunir el mayor número de especies diferentes, además de preparar las muestras recogidas para su conservación, y hacerlo propio con los enseres que se crean curiosos para su muestra y exposición, además de un informe geográfico y político de las tribus con las que se fueran encontrando.
           
   Disponía también la obligatoriedad de que el Jefe de la Comisión redactase un diario de viaje y cursar informe al Gobierno que abarcase todo lo descrito anteriormente. Finalizaba con las indicaciones y responsabilidades de cada uno en según qué circunstancias se encontrasen las comisiones, de qué hombres se podía disponer, cuando la comisión científica podía separase de la columna militar, cuando no, etc.
           
    Tampoco era inusual recibir instrucciones intermedias durante la travesía. Así, además de la orden de renombrar Timbó como Puerto Bermejo, habría que delinear y nombrar otro pueblo como Puerto Expedición y un tercero, en el punto que se considerase más adecuado en las inmediaciones de la confluencia inferior del Teuco con el Bermejo, como Presidencia Roca, añadiendo qué servicios debían disponer e, incluso, con qué nombres habría que bautizar las calles más importantes en cada uno de los casos, reservándose estas para los nombres de los jefes de cada columna expediccionaria.
           
   Atravesaron Cangayé camino a San Bernardo sin mayores sobresaltos, más allá de que en vez de llevar a un ternero vivo para racionar llegado el momento, en vista de que era reacio a seguir a la columna y retrasaba en demasía la marcha, alguien optó por dispararle y llevarlo ya carneado o  cuando en mitad del paso de un río se toparon con una indiada que resultó estar ya domesticada, lo que no les evitó el susto inicial.
             
    Cuenta
 Arnaud que, de buena fe, se logró que 27 caciques indios se sometiesen al Gobierno Nacional rindiéndole acatamiento en la persona del señor Ministro. La mayor parte matacos, y los menos, alguna tribu toba. Aprovechará Arnaud esos encuentros para analizar y contar una toldería habitada.
          
    Lo describe así […] En cada toldo vive toda una familia y un crecido número de perros escuálidos y sarnosos en su mayor parte. El aspecto interior es en extremo triste y miserable: se ven aglomerados en completo desorden, viejos, jóvenes, niños y perros mezclados. En medio, el fogón, que llena de humo aquella tan reducida como primitiva choza. Hombres y mujeres no se diferencian más que en la presencia de las glándulas mamarias bastante desarrolladas en ellas; por lo demás, el traje en ambos es el que les dio la naturaleza con un trapo de chaguar y un pedazo de cuero en derredor de la cintura cubriendo hasta medio muslo. Son completamente lampiños y llevan el pelo hasta el hombro casi siempre enmarañado y algunas veces mal rayado al medio. Si bien las tribus matacos y tobas tienen distinto idioma hasta el extremo de que no se entienden una solo palabra, son en cambio sus costumbres en alto grado análogas. Su cocina es tan primitiva como su vestido. Las mujeres hacen de comer en ollas, que ellas mismas hacen de arcilla y humus, gran cantidad de raíces y tubérculos. Los niños hasta aproximadamente los catorce años van completamente desnudos en ambos sexos; metiendo con avidez las manos dentro de las ollas y chupándose los dedos […]
          
      […] Las flechas son de caña, de casi un metro de longitud, con una punta muy afilada de corazón de jacaranda que solían envenenar con curare. Las lanzan son también de jacaranda, madera de gran dureza, con la que también hacen arcos a los que unen una tira de cuero. Las lanzas las acaban con una punta de hierro. Usan todos cuchillos bien cortantes y suelen lucir innumerables tatuajes […]
 
    Sigue el relato extendiéndose en el baile y otras costumbres. Cuenta además que, por un espejo que tenía le llegaron a ofrecer alguna india en trueque.
              
    Lo siguiente fue San Bernardo, donde se conservaba las ruinas de lo que había sido una iglesia, que difícilmente se distinguía, y conservándose también la inscripción que rezaba «Ruinas de la reducción de San Bernardo fundada en 1774 por el benemérito Coronel Francisco Gabino de Arias - Expedición Victorica. Año de MDCCCLXXXIV»
 
    Se practicaron excavaciones para ponerlas en descubierto, siendo del todo imposible. Mientras entre unos y otros, Arnaud intentaba atesorar cuanta información pudiese de las tribus. Sabía que no eran antropófagos, si bien, alguien les hubiese visto asar un costillar de un semejante suyo y bailar alegremente en torno a hogueras. Se sabía que, en ocasiones, se comían a sus cautivos, más por hambre que por antropofagia. De igual manera, era sabido que cuando mataban a un cristiano, le solían cortar inmediatamente la cabeza para curtir el cuero cabelludo y, además serrar la bóveda craneal para destinarla a taza de bebidas.
 
    El Chaco, parecía pues, inmejorable para el pastoreo, y por consiguiente llamado á contener una riqueza inmensa en ganado. Rico en madera, y si hubiese ferrocarril y en el caso de extender la navegabilidad del Bermejo, lo haría a todas luces completamente aprovechable. Como terreno agrícola no parecía tan excelente.
 
    Arnaud cuenta como se enteraron del discurso en la inauguración de Presidencia Roca y de cómo había resultado cierto el uso de la lanza de Kaloshí como mástil para hacer ondear la bandera argentina.
   «Compañeros: Para saludar el estandarte nacional de la Expedición terminada nuestra campaña lo enastamos en el lanza sangrienta del último cacique toba que pagó con su vida el atentado de haber asaltado a uno de nuestros soldados y lo clavamos aquí, donde se ha resultado la erección de un pueblo que llevará el nombre de Presidencia Roca»
 
    Finalizaba así una primera etapa de lo que el Gobierno pretendía que fuera la ocupación total de todo el Chaco hasta el Pilcomayo.
          
    La línea militar al Bermejo ya era un hecho y la comunicación de las provincias recorridas no tardarían en producir las ventajas abrigadas.
 
    Tras conocer a una india de nombre Etooj que le suscita interés porque, a ojos de Arnaud, no se parecía mucho ni en las formas ni el carácter con las demás indias de su misma toldería, y pasar los ratos libres de tres días de inspecciones en los que regresaban a la toldería, reciben la orden de proseguir la marcha, lo que implicaba alejarse para siempre de aquella muchacha qué él veía fuera de lugar. O al menos él lo creía así.
    Arnaud cuenta que el encanto de la niña india es especial y que “sería capaz de reconocerla entre todas las demás indias, como distinguía una rosa de entre las malezas”  Y que finalmente cuando ya le separaba una distancia de300 metros de la toldería y de la indiada volvió la cabeza una última vez, viendo solo una india entre las flores de la orilla del monte. Era Etooj.
 
    Siguiente destino: Rivadavia. Construir una vía transitable a Rivadavia era un empeño principal ya que facilitaría el comercio entre provincias y su consiguiente desarrollo. Componían este tramo de expedición de la Comisión científica más veinte hombres de escolta, carros de tiro con bueyes de recambio y un baqueano que abría el camino y que disponía de veinticinco indios con hachas, machetes, pala y pico.
 
    La marcha era lenta por la dificultad de avanzar por la cantidad de maleza que cortar y abrir al paso y las altas temperaturas que llegaban los 50ºC al sol. Eso hacía que la carne que tenían de ración se pudriese, con lo que el único alimento salvable era el mate. Así que en aquella ocasión agradecieron sobremanera la unión con las columnas militares que les suponía disponer para sí de diez novillos.
 
    Esas condiciones mermaron severamente la salud del coleccionista Edelmann, que tenía mil elementos a propósito de ver empeorada su situación y ninguno de verla aliviada. También, en el lado opuesto, servían para admirar a los gauchos argentinos, que parecían haber nacido sobre un caballo y que manejaban con tal soltura y destreza que no la creería de no haberla visto de cerca.
 
    Las noches eran complicadas por la cantidad de mosquitos, la lluvia constante y el viento que no siempre permitía instalar las carpas. Además en la zona había vampiros que se cebaban con los caballos y las mulas, apareciendo por las mañanas ensangrentados, a lo que había que sumar que una mañana, el toque de diana fue el bramido de un tigre que apuró sobremanera la puesta en marcha. Lo peor fue que aquel día podía, pudo y empeoró. Por muchas horas no pudieron comer ni beber hasta que muchas horas dos soldados de avanzadilla encontraron un madrejón con agua sucia, caliente, de color plomo y olor raro del que bebieron hombres y caballos, ese día, -cuenta Arnaud- les resultó casi igual de apetecible que un buen coñac.
 
    Afortunadamente acabó el día y el que le siguió despertó de otro humor. Tocaba inspeccionar campos vírgenes, eso sí, con la lección aprendida y provisto y atento a la brújula, y tomando algunas precauciones por si era necesario encontrar pronta salida. Incluso se dispone a un auxiliar con una corneta para responder a la que llevaría Arnaud si la hiciese sonar por necesidad, que por suerte no fue necesario poner en uso.
 
    Aún así, de tanto en tanto que Arnaud se aventuraba a caballo en sus excursiones para inspeccionar alrededores, perdía la referencia ante tanta espesura, siempre saliendo airoso por más tiempo que le costase y le entretuviese buscar la senda que lo devolviera a la seguridad del campamento. Por suerte, cuando aquello pasaba, el ingenio siempre se aviva; aunque cuenta en el libro alguna que otra ocasión en que lo pasó realmente mal.
 
    Verdaderamente no estaban ya en lugares donde no resultara peligroso perderse. El último campamento estaba cerca de la tierra que dominaba el cacique Tigre. Un indio flaco, endeble, pintarrojeado, lleno de apostemas, en cuya toldería se agitaba un enjambre de cigarras con su mareante chillido. Cuando tocaba carnear era frecuente que un sinnúmero de indios rodearan el campamento, unos cambiando miel, cuero o cualquier otro objeto y la mayoría de ellos rodeando la res para recoger la sangre en vasijas. Se podía decir que la indiada del Tigre ya podía considerarse semisalvaje.
 
    En sus ranchos ya casi no existía ese indio manso, como lo llaman en el país, que  en tiempos de necesidad se mezcla con los cristianos más cercanos para trueques y que viven de cierto trabajo o se ofrecen como interpretes al conocer mínimamente el castellano.
 
    Arnaud describe lo siguiente sobre el Tigre y la medicina
 
     […] Tigre permanecía sentado mejor echado en la puerta de su toldo rodeado de médicos. Estos médicos, verdaderas respetabilidades en la tribu por más que en nada se distinguen de los demás individuos de la indiada. [….] El enfermo es destinado al reposo en el suelo raso de su toldo durante el día, y desde el anochecer se somete a los cuidados de los facultativos. Con el paciente convenientemente en el suelo apoyando la cabeza en las rodillas, y le rodean los doctores presididos por el cacique. Después de pintar el lugar de la dolencia con el color conveniente, y ligar, si es menester, las  partes inmediatas para que el dolor no pase a otro lado, se da principio a la ceremonia. El cacique entona un canto raro y monótono que es sucesivamente imitado por cada uno de los médicos. Por la mañana se vuelve a dejar descansar al enfermo, mientras que ese día se le dispensa a los médicos de las labores de caza y pesca […]
 
    De sus tradiciones, destaca la de que se casan con una sola mujer porque, según ellos, tampoco el sol tiene más que una sola mujer que es la luna. Sin embargo, los caciques tienen el privilegio de tener dos o tres mujeres.
    […] El matrimonio se celebra de una manera harto original. El pretendiente se pinta una raya negra en la mejilla, desde la nariz á la oreja: esta raya debe ser contestada por su pretendida en sentido perpendicular desde el ojo a la boca. El siguiente día, se repite la misma operación en el opuesto lado de la cara que del mismo modo debe ser contestada en señal de correspondencia. Así unos ocho días, en cuyo tiempo se supone se sabe que la tribu entera está enterada de tales amores. Posteriormente, el novio se dirige al monte y prepara un abundante haz de leña escogida y espera á su adorada para hacerle aquel presente y participarla de su ardiente pasión; y en aquel mismo lugar el matrimonio queda consumado […].
    En este punto del libro, Arnaud, describe como procedían los indios respecto a infidelidades, parto, cuidados, sucesión al puesto de cacique, además de repasar algunas tradiciones. Ilustrativo cuanto menos; como muestra: […] Esta función fisiológica se cumple en ellas de una manera verdaderamente natural. Es rara vez auxiliada por sus congéneres; sufre los dolores naturales del trance, recibe el feto, que en muy pocos casos presenta laboriosidad ni dificultades de ningún género, lo encomienda al cuidado de cualquiera de las chinas de su toldo, y se dirige al lugar en donde tenga que continuar sus labores. […]
 
    Sigue con una descripción excepcional de un cacique: […] tal como sucede con el conocido Sumayin padre del cacique Pedro, poderoso reyezuelo de las riberas del Pilcomayo, a quien su numerosa tribu rinde verdadera veneración. Sumayin es un curioso caso de longevidad, así como su mujer que aún le acompaña. Parecen esqueletos cubiertos con un fuerte pergamino, que se mueven solos. El Comandante Ibaceta y todos los jefes de su fuerza como el Sargento Mayor o el ingeniero Stoutterheim que les han visto, les
calculan 125 años por lo menos a cada uno […]
 
    Tocó seguir avanzando y dejar atrás las tolderías del Tigre. Y tras un camino con algún inconveniente provocado por el paso de los carros por los ríos, se consiguió llegar a los campos llamados «Divisadero». Estos eran terreno donde a veces llegan los camperos persiguiendo a los indios que les robaban el ganado y en los que se podría dormir bajo techo y comer carne con olor a carne, además de haber lugares para comprar víveres. De allí, entre campo y campo con nombre, el trayecto se hacía más cómodo. «El Castigado» fue el siguiente. Y a partir de entonces, se empezaba a ver ganado que indicaba proximidad a sitios poblados y al fin del desierto. Puestos de comercio a cada tres leguas, lo que suponía comer cada día de forma menos racionada.
 
    Se notaba la cercanía a la colonia Rivadavia. Cañaverales, sandias quesos, cuajadas. Después de 160 leguas de territorio desconocido por primera vez se hallaba hombre civilizado. La presencia de los carros en la plaza de Rivadavía, era la tangible prueba del sacrificio del viaje y la prueba de que las provincias de Jujuy, Salta y Tucumán estaban en comunicación directa con las de Corrientes y Entre Ríos.
 
    Fueron días de buen descanso. En la escuela unos, en las carpas otros, en la iglesia semiabandonada otros… Hubo tiempo de bailes y celebraciones. Rivadavia tenía 50 o 60 casas de adobe, mal construidas, de las que la mitad estarían habitadas y dos o tres tiendas de quesos y productos derivados del ganado. El resto de mercancías se comercializaban con
 Salta o Tucumán, que se encontraban a 100 leguas de distancia. Soportaba un clima fuerte y carece de agua, puesto que en el rio no siempre existe.
 
    Era, de todas formas, un lugar lúgubre, aún siendo el día de Reyes. Allí, en casa del Dr. Carranza, hubo comida en
mesa con mantel, platos, cubiertos, copas, botellas, jarros con flores, y busto del general San Martín presidiendo, lo que les semejó un cuento de hadas después de tres meses de no tener más mesa que el suelo, ni mas servicio que un plato de lata. Hubo discursos, acta de la comida e incluso una vista fotográfica.
 
    Finalizada la comida, a Arnaud le entregan nuevas indicaciones que decían:
               
    «Al Sr. Jefe de la Comisión Científica, Dr. Don Leopoldo Arnaud. Ampliación a sus instrucciones:
 
   Desde la Colonia Rivadavia, en la provincia de Salta, se dirigirá Vd. al fuerte Victorica, trasladándose de allí al de Dragones, escoltado por 20 soldados, un oficial del Regimiento N° 10 de Caballería. Continuará su marcha por el carril que gira de la «Mora sola» al campo del «Cuervo» hasta el Chujchal explorando y situando los parajes más importantes de su tránsito y en especial el Cauce del Rio Seco. Desde el arroyo Tartagal regresará al Bermejo que costeará hasta la altura de Iruya y Santa Victoria, cuyos minerales examinará y prosiguiendo su ruta por Humahuaca bajará de allí á Salta por la quebrada del Toro.
 
    En dicha ciudad se proveerá de los elementos de movilidad que necesite para expedicionar hasta la sierra de Santa Bárbara en cuyas faldas y hacia la costa sur del Río San Francisco se encuentran depósitos de petróleo. De regreso en Salta, pondrá á disposición de las autoridades la escolta, mulas y aparejos que haya ocupado de propiedad nacional. Sin más demora que la necesaria para cargar sus colecciones y equipajes y tomará a la brevedad posible el tren que lo conducirá a la capital de la República.
 
    Se le reitera el estudio detenido de la clase de campos, montes y aguadas de la zona extensa que debe recorrer, como así mismo de todo aquello que pueda interesar aplicar a la industria agrícola y en particular al pasto.
     El Señor General en Jefe lo recomienda al Excmo. Gobierno de Salta para que le facilite cuantos recursos le sean necesarios, encargándosele la mayor economía».
               
     Arnaud tuvo presente la recomendación del Dr. Carranza en nombre del Ministro de no pisar territorio boliviano y decidió aprovechar el movimiento de las fuerzas para enviar con ellas al Sr. Edelmann hacia Salta para que se recuperase de sus dolencias, ya que su presencia era más que útil, su vida, de quedarse, corría serio riesgo.
 
    Así, con las instrucciones sabidas y después de avituallarse de recursos en Rivadavia, Arnaud sigue el camino marcado con el Ingeniero Sr. Donegani, acompañados de seis asistentes y tres mulas cargadas con el equipaje y el equipo instrumental. Les separaban 20 leguas del Fuerte Victorica de arena y vinales prestando atención para recoger información para dar cumplida respuesta a la encomienda recibida.
           
    Las marchas fueron lentas y emplearon cuatro días hasta llegar al primer destino en el Fuerte Victorica. En él, por motivos de puesta al día del trabajo a atender y atrasos varios o la constante lluvia que imposibilitaba la salida, permanecieron un mes justo.
 
   El 6 de febrero, por fin sin lluvia, pudieron reanudar la marcha, felizmente, por campos en los que encontrarían puestos cada tres leguas, y por zonas con indiadas habituadas al roce con los cristianos. Eso suponía prescindir de escolta, que reclamarían al fortín más cercano en caso necesario.
           
  Durante los primeros cinco días, hasta San Bernardo, marcharon de noche porque era menos cansado para los caballos y, tuvieron dos problemas. Importantes ambos. El pasto no estaba lo suficientemente seco para que lo comiesen los caballos, con lo que cada día estaban más débiles y los rancheros eran reacios a vender sus ovejas sea cual fuere el precio, por lo que en un par de ocasiones, Arnaud ordenó matar una oveja y negociar el precio ya con la oveja muerta.
           
    Pasado San Bernardo la situación mejoró. Había casas espaciosas, limpias y surtidas de los elementos de primera necesidad. Hay buenos pastos para los animales, incluso para los caballos. Sembrados donde recoger balatas, mandioca, zapallos, melones, sandías o maíz que cosechan tanto los lugareños como una indiada mansa establecida en las inmediaciones. Después de San Bernardo, San Nicolás, Luna Muerta, Tuscal… y con la misma tranquilidad y sin sobresaltos llegaron al Fuerte Lavalle donde sí pidieron escolta para atravesar algunas leguas de desierto hacia el Tartagal.
 
   Una odisea. Los campos estaban cubiertos de un fango pegajoso que enterraba las mulas hasta los corvejones, Una tupida red de enredaderas cubría completamente un animal que hacia fuerza constante para arrancar a su jinete de su silla; era ingobernable para las mulas de carga… y cuando volvieron los soldados que se enviaron de avanzadilla, dijeron que los siguientes campos en nada cambiaban a los anteriores. No había mejor opción que la de retroceder al punto de partida y valorar otras posibilidades.
 
    Esa noche, intentando hacer detonar unos cohetes a modo de festejo, cuenta Arnaud lo siguiente: […] Un rollo de papel fuertemente alado y lleno hasta la mitad de pólvora seca y después del amasijo consabido, provisto de su correspondiente mecha se dispuso en convenientes condiciones, sujeto a la barra del catre. […] Se puso fuego á la mecha que ardió con lentitud y muy poco tiempo después la pólvora húmeda empezaba a chisporrotear dentro del papel. A causa quizá de la excesiva humedad la combustión era muy lenta y nos aproximamos Donegani y yo a soplar con toda la fuerza de nuestros pulmones. El humo de la pólvora y el papel que a la vez se quemaba nos molestaba en los ojos, razón por la cual Donegani apeló a su sombrero para utilizarlo a modo de abanico, y yo  me saqué los anteojos con el fin de limpiar los ojos con más facilísima pero seguí soplando. Cuando llegó el momento en que se encendía con más fuerza, cuando soplaba con más violencia, una estridente detonación me separó más de un metro del lugar que ocupaba […] la cara y mí barba se había transformado en una endurecida costra que se adhería fuertemente a la epidermis, y los párpados se habían cerrado al extremo de dejarme en completas tinieblas […]
 
      […] Me parecía tener sumergida la cara y el cuello en una vasija de plomo fundido; el horrible dolor de mis ojos lleno de pólvora, me arrancaban más de un quejido involuntario […] Pasaron algunos minutos, y si no llegó para mí la tranquilidad, llegó por lo menos el sosiego: me lavé sufriendo dolores que soy impotente para describir, y me facilitó el Captan González un poco de aceite de olivas, con el cual me cubrí cara y cuello y me condujeron a mi cama y allí el dolor físico pasó a ser dominado por el dolor moral […]
 
  Sigue Arnaud con su discurso así “[…] La presencia de las personas que amo, existe para mi tan solo esculpida en mi cerebro. Me preguntaba si podré abrazar cariñoso a mi anciano padre, si podré besar mil veces sus venerables canas, o no le veré más. ¿Podré reposar sobre el hombro de la hermana de mi alma, podré beber sus lágrimas? […]”
 
    “Acabé de vivir: empiezo á vegetar...” –sentenciaba para sí mismo.
 
    El día siguiente el dolor se había calmado un poco pero la hinchazón, la molestia a la luz, y las secuelas del percance aún tardaron tiempo, demasiado en pasar de etapa en etapa, y todavía aún más para recuperar la normalidad.
 
    En las cercanías habitaba la tribu del renombrado cacique Ouk-koh. Cuatro kilómetros al norte del campamento se extendía en numerosos toldos ociando la ladera de un espeso bosque. Acompañado de un cabo y ocho hombres, Arnaud, restablecido de su accidente se adelantó hasta los dominios del reyezuelo. Ouk-koh era un hombre joven, vigoroso, de regular estatura y musculatura atlética. Sereno, de mirada
franca y sostenida. Color muy oscuro, pelo largo hasta la espalda y desgreñado. Tenía aspecto díscolo y fama de cruel y sanguinario.
 
    Con ayuda del lenguaraz, especie de intérprete, cuenta Arnaud, que le expuso el fin que allí le llevaba, a lo que el indio correspondió tendiéndole amistad a la vez que le aseguraba que su indiada no sería hostil. Mandaba sobre 500 hombres, la mitad de lanza.
 
    En su toldo había tres mujeres inmundas, ocho muchachos de edades variables entre uno y doce años y una multitud de perros escuálidos. El rancho consistía en unas ramas cruzadas y cubiertas de paja y en el interior se hallaban en desorden pieles de aguará y jabalí, bolsas y tejidos de chaguar, ollas y cacharros de diferentes formas, redes y flechas, arcos, lanzas y otras armas en gran cantidad.
 
    Vestía Ouk-koh un trapo de chaguar atado á la cintura que le cubría hasta medio muslo. Llevaba envuelto en el cuello un collar que consistía en una serie de vértebras de pájaro ensartadas en un hilo de chaguar y en la muñeca derecha ceñía un brazalete de cuero de iguana. Defendía sus píes dos pedazos de cuero sujetos al dedo gordo y al tarso con correas.
 
       (a partir de aquí, el resumen de este capítulo lo dejo en primera persona por la historia del niño)
 
 
    Permanecía yo en el toldo de Ouk-koh, acariciaba á uno de sus pequeñuelos corno de dos años de edad, que al revés de los demás chiquillos de la tribu que huían o se ocultaban al Llamarlos, éste se me aproximaba a jugar con la cadena del reloj, la empuñadura del machete…
 
    Halagaba así por otra parte al cacique mimándole a su, al parecer, predilecto hijo. Yo, aficionado al trato de las criaturas, veía en mi nuevo amiguito un elemento de distracció
n durante mi permanencia en aquel territorio. Lo llevaba á mi carpa, le proporcionaba juguetes y golosinas, y estaba el chiquillo sin despegarse un momento de mi lado.
 
    S
eguía yo con mi amistad inalterable con Ouk-koh a quien frecuentemente daba viveres, tabaco, carne…
 
    Una noche se agitaron los caballos y vociferaron los centinelas. Recontados, se comprobó que no faltaba ninguno aunque se vieron a un grupo de indios en fuga, como descubiertos en su intento de robo de algún animal.
 
     Fui al dia siguiente a los toldos y amenacé severamente á Ouk-koh que negaba tener conocimiento del hecho.
 
    Tardes despues me vi atacado a flecha por indios ocultos en el monte, en momentos que ex-ploraba campos al este del campamento y buscaba los origenes de un cauce seco que por allí pasa. Tras dispersar a los indios a tiros,  volví al campamento dispuesto a no volver a tolerarlos.
 
    Llevé la gente armada, cerqué el terreno que ocupaba su tolderia y descarga tras descarga los hice refugiar en el monte inmediato al cual pegué en seguida fuego para que las llamas se encargaran de alejarlos,
 
    Entre los chiquillos que quedaban en los toldos, estaba el hijo de Ouk-koh, mi protegido, a  quien recogí dispuesto á cambiar el trabajo que me proporcione y las dificultades improbas que tenga que vencer hasta hacerlo llegar al poblado, por la satlsfación de traerlo al concierto del mundo civilizado.
          
    Se redactó la consiguiente acta firmada por los presentes por la que quedaba en posesión del chico que pasaría a llamarse Leopoldo Arnaud de Ouk-kho, que en la fecha de publicación de este libro, se encuentra en España al cuidado de mi familia recibiendo la educación primaria propia de su edad.
 
     (sigue el resumen tal que excepto la parte anterior)
 
    Después del suceso, la expedición siguió hacia Tartagal a fin de determinar las coordenadas de aquel punto y esudiar todo el terreno que servía de frontera entre las repúblicas argentina y boliviana.
 
    Como previsión se hizo con diez soldados de apoyo. El primer alto es en La Soledad, y no volviendo a detenerse hasta Santo Tomé, donde pernoctarían. Era un lugar muy parecido a cualquier otro del Chaco. Es tierra del Río Seca a que se le calcula una longitud total de 30 - 35 leguas.
 
    Ya más cerca del trópico la altura de los árboles era mayor. Mucho mayor. Llegador a Tunalito y sitiados por la crecida del río por las lluvias ininterrumpidas, tuvieron noticias de que cerca de allí encontrarían la primera tribu chiriguana.
 
   Nada tienen que ver los chiriguanos con los mocovies, los tobas o los matacas. Sus tolderías cuentan con un extenso cercado dentro del que plantan maíz, zapallos, batatas, sandías y otros productos que indican su laboriosidad.
          
   Al entrar en una de sus casas que construyen con solidez y perfección, llama la atención el aseo y cuidado de sus enseres; muy superior a la de muchos gauchos. Cuentan con hamacas y en algunos ranchos, incluso, se ven catres construidos con madera y tiras de cuero, y hasta alguna silla rústicamente hecha con iguales materias.
 
     El rancho es rectangular y espacioso, sin tener nada que ver con las chozas de las otras tribus vistas. Cuentan con enseres cuidados. Vasijas diferenciadas y usadas cada cual para un único uso. La del agua, la de la chicha, que era una bebida alcohólica que se elaboraba con el máiz pisado y fermentado, ollas adornadas, pintadas. Se autogobiernan por edad, siendo el Capitán –como ellos lo llaman- el más anciano y son enemigos acérrimos de tobas y matacos.
Negocian con sus cultivos y cazan jabalís o conejos. Son admirables arqueros que se ejercitan haciendo rodar una argolla de pequeño diámetro y haciendo pasar la flecha por su hueco sin interrumpir el giro de la agolla y que se inician desde niños con arcos y flechas adaptadas a su estatura y edad.
          
    Como característica tienen el labio inferior horado en su mitad, en cuyo agugero meten un pequeño cilindro de metal más menos adornado en la parte exterior con rebordes en lo interior adecuados a la encía. Este objeto llamado tembeta es puramente de lujo.
          
    Arnaud describe con extensión en detalles sus tradiciones en el libro. Ciertamente, tienían tradiciones más cuidadas y menos lesivas que las otras tribus indias conocidas.
          
     Con buen sabor de boca, Arnaud y su expedición dejó aquel lugar y prosiguió la marcha. En las primeras leguas, acompañados de los propios indios que hasta varias leguas después no dieron vuelta. Una legua adelante tocaba vadear un río que tendría unos 20 metros de ancho con aguas que corrían con vertiginosaa rápidez. La expedición se valió de un gaucho conocedor del lugar para conocer por qué lugar era el mejor para cruzarlo. Empapados y con dificultad lo hicieron pero hubo que rescatar una mula de carga de la corriente, con lo que toda su carga estaba más que mojada; instrumentos, camas, viveres… Ya en la otra vertiente, el gaucho se despidió de la expedición.
 
    Tras hacer noche de camino, alcanzan La Quebradilla, una extensión colosal de terreno de espesísimo bosque, despeñaderos y sumamente quebradiza, de ahí su nombre. Tiene una senda de tres metros de ancho y medio de profundidad que en épocas de lluvias forma un río de corrientes notables. Y así durante dos leguas. Barrancos de más de 25 metros de altura y árboles colosales.
          
    Con todo esto bien aprendido, tocaba enfrentarse al desfiladero. 50 metros después un caballo ya estaba hundiéndose en un pantano del que tuvo que ser rescatado. Así que, por precauación y tras inspección, se decidió hacer el camino a pie para aligerar el peso al caballo, por lo que los soldados desnudos, para salvaguardar la ropa, iban tanteando cada paso. Luego lo hacían sus caballos sin jinete y después el resto de expedición copiando sus huellas. El tiempo no quería ser aliado y la lluvia era constante.
 
   Salvado el cauce, esperaba una cuesta empinada llena de vericuetos de la que caía el agua en forma de cascada y sin más opción que subirla. A tramos a pie, otros a gatas, arrastrando de los caballos, ayudando a los soldados con las mulas de carga, se hizo.
 
   Fue necesario aquel día transitar hasta casi el anochecer para encontrar un sitio propicio para acampar, pues era necesario salvar el extenso trecho de bosque frondoso y dejar atrás algún que otro tigre.
 
    Tras una mala noche sin comida por tener fósforos y leña mojada y sin pasto por su ausencia, la mañana siguiente nacía con la ansía de llegar al Tartagal. La marcha discurrió sin mayores trastornos hasta otro paso que parecía profundo.        
    Primero se trató de tantear el paso, así después de adelantarse Arnaud y Domenagi, a los 30 metros tuvieron que salir del agua nadando. Luego se intentó con dos soldados, pero corrieron igual suerte un poco más lejos. Así que exploraron opciones. Una, pasar a nado. Intentando convencerse de que si lo hicieran, los caballos harían lo mismo; pero tenían el inconveniente de pasar las cargas. La segunda era construir una balsa con árboles, pero carecían de útiles para ello. La tercera, intentar por el monte, pero los pantanos eran tanto o más complicados. Era difícil elección. Se armaron las carpas, y bajo techo se asó la oveja que no pudieron comer la noche anterior. Pero se encuentran sin aún poder obtener fuego con lo que deciden atrasarse dos leguas y coger un sendero que habían dejado atrás que conducía a «Las Lomas» desde donde sí esperaban alcanzar el Tartagal. Significaba un rodeo inmenso, amén de deshacer las dos leguas andadas. Lo hicieron y tras subir un precipicio que, a sus ojos, les pareció inmenso, vieron del otro lado un rancho que significaba descanso, tiempo para secarse la ropa y descanso.
 
    Mejor aún que aquello era que a la mañana siguiente, con ropa seca y recién comidos, les separarían dos leguas solamente del Tartagal.
          
   Al llegar, la primera novedad fue una nueva clase de mosquitos cuya picadura hacía que, poco después, la piel se llenase de ampollas, puntos sanguinolentos y una hinchazón general importante.
          
   Situado en la Sierra de Oran. Había una casa de adobe ya derruida en su mayor parte, con las ruinas de una capilla en el fondo que, regentada por un heredero y pariente del sacerdote italiano que la había fundado, tiene como uso la elaboración de aguardiente para comercializarlo.
 
    Dejadas atrás Las Quebradas hasta el Tartagal, los terrenos son de calidad excelente; pero con el inconveniente de que el riego, como en todo el Chaco, era el principal tropiezo.
 
   A ello había que sumar más inconvenientes: la topografía especial de los lugares, la carencia de pastos, la existencia de fieras… que el uso de los campos para pastoreo se antojaba difícil. Por otro lado, se constataba que en los terrenos aprovechados por los gauchos, las condiciones eran mucho más favorables. Así, en impresión de Arnaud, el terreno era más favorable para la agricultura que para el pastoreo.
 
    En el Tartagal encontraron algunos cerros bellísimos y de una altura considerable. A tres de ellos los bautizaron como Roca en honor del Excmo. Sr. Presidente de la República; Victorica, como recuerdo del Excmo. Sr. Ministro de la Guerra, general en jefe de la Expedición e Irigoyen, por el Excmo. Sr. Ministro del Interior.
          
    Con el trabajo terminado, llegaba la hora de emprender el camino inverso. Y pareció más llevadero. En el primer día de vuelta, hicieron el mismo trecho que en la ida le habría llevado tres.
En El Tunalito hicieron un alto para completar algún estudio inacabado del cauce del Rio Seco, aprovechando para rendirle visita a los chiriguanos.
              
     Arnaud cuenta que le explica algunas nociones para mejorar el aprovechamiento de la tierra según qué cultivos quisiesen sembrar y que los indios aceptaban esos consejos. Les enseño a hacer con un palo un arado de cuchilla y algún elemento más que le facilitase el trabajo.
 
    Y tras acompañarme a la salida de sus tolderías, se despidierón por última vez, mientras la expedición se alejaba.
 
    Ni siquiera el Quebrachal supuso el mismo esfuerzo que a la ida y sin importantes sobresaltos. Ventaja también era el conocer los caminos por lo que las jornadas eran  más fáciles y rápidas.
           
    Orán, el Tabacal, el río San Francisco, el Rio Colorado, rio de las Piedras, San Lorenzo, Ledesma, San Pedro, Campo Santo, fueron quedando atrás hasta llegar el día 28 de marzo a las proximidades de Salta.
 
    Al pasar por las Lagunltas, ya era notable la presencia de los postes del telégrafo colocados, que reforzaba la sensación de la misión satisfecha.
 
    En Salta, durmieron en el Hotel de la Paz, donde pasado el primer momento en el que les toman por fascinerosos guiándose por su aspecto desaliñado, obtienen el alojamiento que buscaban. Bullicio, gentes, ruido de billares, eran sonidos mágicos.
 
    La mañana fue de arreglo, baño, jabón, cepillo, lija y operación barberil para rendir cuentas ante el Gobernador.
 
    Añade Arnaud sobre su nuevo hijo protegido: […]
Habíase quedado en el campamento al cuidado de un asistente y a cargo del Tte. Garmendia. Hizo marcha hasta Salta con el grupo de soldados, […] Hablaba como una cotorra en mataco y empezaba ya a pronunciar alguna palabra en español enseñada por los soldados, que entretenían parte del dia en eso. Sin grandes problemas, aceptó camisa y pantalón. Algunos sí hubo para aceptar zapatos […]
          
     Cuenta también que, ya preparado para ir a la capital, Arnaud siente unas molestias en el costado. En el hotel lo ven y lo tratan los médicos que determinan que provienen del hígado. Cuenta que ante la falta de mejoría, uno de estos médicos, el Dr. Vicente Garcia lo hace trasladar a su casa particular en la que Arnaud estaría un mes hasta recuperarse.
    Ocho días pasaban del mes y Arnaud ya llegaba a caballo hasta Tucumán. Luego tren hasta Cordoba y Rosario y de allí en el vapor “Tridente” hasta Buenos Aires el día 5 de junio.
 
    Fue tiempo de ordenar notas, colecciones y de la rutina de los quehaceres diarios. Arnaud envía la siguiente nota al Sr. Victorica
 
Al Excmo. Sr. Ministro de Guerra y Marina, General Dr. D. Benjamin Victorica.
 
Exmo. Señor:
 
“Con el fin de informar al Gobierno Nacional sobre los servicios prestados por la Comislon de mi cargo hasta el término de su cometido en la Expedicion al Gran Chaco a las órdenes de V. E., empiezo con esta fecha a escribir un libro en el cual se manifiesten de una manera taxativa y clara las condiciones en que, a mi modo de ver, se encuentra aquel extenso territorio tanto bajo el concepto científico, cuanto en el Industrial y de utilidad inmediata. Empiezo desde ahora, Exmo. Señor, por recomendarme la reconocida bondad de V. E., que mejor que nadie sabe que no he contado con algun elemento de auxilio ni en el sentido científico, ni en el práctico, acoj íéndorne al art 7° de mis instrucciones- que a la letra dice: «Al regreso de la Expedicion y despues de ordenados y dispuestos los trabajos y colecciones, el jefe escribirá una obra, cuyo detalley extension estará en relacion con el auxilio y elementos de que hubiera dispuesto, en la cual informe al Gobierno del resultado de sus trabajos.» a los que sigue la exhaustiva narración y explicación de todo el viaje, amén de adjuntar un informe final físico de cada terreno recorrido…”
 
   Así empieza el informe que cursas Arnaud y que ocupa la página 283 y siguientes de su libro.
 
     A modo de curiosidades, escribe, sobre el agua encontrada en una determinada zona:
        
    […] En Las Lomitas, próximo ya al Tartagal, existen algunos manantiales de petróleo de selecta calidad, pero de escosa importancia por la corta cantidad en que se produce. Hay otro manantial muy próximo, a media legua al oeste, de agua sulfurosa cuyas cualidades son de gran analogía con las afamadas de Mondariz (España, Galicia […]
 
                Sobre los indios:
 
    […] El temor a las tribus salvajes, es ya hoy injustificado; las pocas que quedan se han reducido ante V. E. y si este sometimiento no inspirara confianza, los fortines ya establecidos son sobrada garantía para el caso […]
 
    Cierra el libro de esta forma: “Si examino mi proceder dia por dia, estoy seguro de haberme acostado con absoluta tranquilidad de conciencia. Hice cuanto pude. Luché mucho, pero  aprendi mucho más.”
 
 
                                                       Leopoldo Arnaud, Bs. As., 1884
 
Link libro
 
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/4/47/Del_Timbó_al_Tartagal_-_Leopoldo_Arnaud.pdf